2011/11/13

La Noche Oscura del Alma

La vida de Francesco d’Assisi merece la pena ser conocida. Empezar a hacerlo a través del libro de Ignacio Larrañaga es un buen comienzo.
Extractos del libro
“El Hermano de Asís”, de Ignacio Larrañaga
“El Señor me reveló que debía vivir según la forma del santo Evangelio. ¿Y si no fue el Señor? ¿Y si fue mi propia voz? Por ser yo un fracasado en los campos de batalla y en la sociedad, ¿no me habré agarrado a una quimera para proyectarme a mí mismo por la ley de las compensaciones?”
Verse adorado por las multitudes y contemplarse a sí mismo como una máscara vacía. Los hermanos de primera hora se agarran a Francisco, y Francisco ¿a quién se agarra? Luchar como un campeón por un ideal, y al final descubrir que el ideal es un delirio de grandeza.
Descubrir al final que uno estaba engañado es mucho, pero no es lo peor. Lo peor es haber arrastrado a las multitudes al mismo delirio, descubrir uno mismo que es delirio, y los demás seguir todavía creyéndolo. ¿Y para qué despertarlos?

La noche oscura del espíritu es un turbión que agarra y arrastra todo hasta el abismo final.
¿Cómo decir? Es como si uno descubriera de pronto que uno mismo es una mentira, que ha jugado a mentir consigo mismo, como en un juego de niños de quién engaña a quién, sabiendo que todos engañan a todos.
¿Cómo decir? Es como un desdoblamiento de la personalidad, como si de pronto uno descubriera que ha estado engañando al otro (ese otro soy yo mismo) y el otro le ha estado engañando a uno, y los dos saben que engañan y son engañados.
El paralelo pasa por debajo del absurdo y de la tragedia. Palabras como fracaso, desilusión, etc., son palabras blancas e inocentes que no significan nada en comparación con esto.
“Tempestuosa y horrenda noche”, dice fray Juan de la Cruz.
(…)
También Jesús vivió momentáneamente la noche oscura del espíritu. Es en suma, la crisis del absurdo y de la contradicción. Es agonía. Por esa noche pasó Francisco.
Sin embargo, misteriosamente, las almas sometidas a esta terrible catarsis jamás sucumben. No conozco a nadie, no he sabido de nadie que, colocado en este fuego, se haya quemado. Es una prueba extremadamente purificadora, y Dios, nuestro Padre, solamente somete a ella a almas que sabe no serán quebradas bajo el peso de su mano.
Al contrario. Salen de la noche transformados en astros incandescentes. Totalmente desnudos y libres. El Francisco de Asís que contemplaremos en sus tres últimos años es una figura casi divinizada, preludio del hombre del paraíso.

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